Las representaciones artísticas de la infancia de Cristo tienen sus exponentes más bellos en el rico patrimonio conventual.
En nuestro monasterio se veneran importantes piezas, muchas de ellas de considerable belleza.
El culto tributado a Cristo en las imágenes del Niño Jesús, lejos de ser una piedad superficial, es muestra de una vivencia profunda del Misterio de la Navidad, que en el monasterio se lleva a cabo vinculando el ajuar de cada imagen a la preparación interior de las monjas.
De este modo, en la antigüedad, cada hermana se encargaba de preparar alguno de los elementos que vestía la imagen:
traje, zapatos, sonajeros, dijes; con un significado espiritual: un sacrificio, una oración, una obra de caridad, un ofrecimiento; y vestir al Niño era entonces revestirse de sus virtudes. El mejor regalo y atención al Hijo de Dios que nace, es disponer el corazón.
Aquí una muestra de nuestro Niño Jesús portero o peregrino, pequeña talla del siglo XVIII, del que conservamos algunos de los muchos conjuntos de vestidos y adornos que confeccionaban las monjas en la antigüedad.
El Niño portero daba la bienvenida a todo el que entraba al locutorio del convento, como sigue en la actualidad. Se encuentra en una rica y adornada urna de madera dorada y policromada, en el locutorio, donde recibimos las visitas de personas de fuera.
También le llamamos "peregrino", porque en los días de navidad y año nuevo, se entregaba a familias pudientes y adineradas de Murcia, allegadas a las monjas, para que éstas lo tuvieran en sus casas unos días, y a la vuelta al convento, el Niño traía consigo, -en una pequeña cestita de mimbre-, una cantidad de dinero como limosna de esa familia para las monjas, que se encontraban muy necesitaban. De esta forma, el Niño peregrino, aportaba ayuda económica para el sustento de la comunidad.